Abro youtube y una charla dada por Ricardo Soto, fue recomendada por el algoritmo, que gran acierto para mi semana, disponible aquí:
Comparto algunas de las partes que más me gustaron:
De niños, cuando nos preguntaban qué queríamos ser de grandes, muchos respondíamos con la simple y pura palabra: “felices”. En ese entonces, la felicidad parecía el propósito más natural y obvio. Sin embargo, hoy en día, los niños suelen recibir preguntas muy distintas, como si ya se les invitara a definir el éxito en términos de cargos, responsabilidades, o posesiones. Les preguntamos si quieren ser gerentes o alcanzar una posición de alto rango, como si la felicidad fuera equivalente a la seguridad económica o al poder. Pero estamos empezando a aprender, como sociedad, que el dinero y el estatus no son, por sí solos, sinónimos de una vida plena. Nos enseñaron que la felicidad es inalcanzable, que solo se obtiene después de cumplir con una serie de objetivos materiales o sociales, pero eso no es así. La felicidad no se compra, no es una meta que alcanzar; es una elección, un estado de ser que podemos decidir tener en cualquier momento.
Algunos de los maestros espirituales nos han transmitido verdades profundas y sabiduría ancestral sobre esto: “Somos un espíritu que guía la evolución de nuestra alma en esta experiencia terrenal, con un propósito trascendental.” Somos seres de luz, almas eternas que temporalmente habitamos una “cajita” física. Nuestra esencia no se limita al plano material. Al contrario, reside en una dimensión más allá de lo tangible, en la cual el alma necesita madurar y evolucionar, para lo cual se vale de este cuerpo físico. Esta experiencia terrenal nos permite experimentar el dolor y la alegría, el amor y el miedo, y vivir, no para comprenderlo todo con la mente, sino para sentirlo profundamente con el corazón. Estamos aquí para tocar, sentir, y conectar.
En esta vida, cada fenómeno, por pequeño que parezca, tiene un sentido. Nada es casual. Todo lo que sucede, desde las pequeñas incomodidades hasta los grandes desafíos, tiene un propósito, aunque a veces nos resistamos a verlo o no lo comprendamos del todo. Sin embargo, estamos poco acostumbrados a explorar ese “para qué”. Nos han enseñado a resolver, a actuar, a olvidar el sentido que pueden tener nuestras experiencias. Pero el universo es un entretejido de significados, y nuestra vida forma parte de una sinfonía donde cada nota cumple una función en la armonía del todo.
Somos una unidad compuesta por cuerpo, mente, alma y espíritu. Y a su vez, formamos parte de una humanidad compartida, una gran red de seres interconectados que incluye a cada ser vivo y al planeta que nos acoge. A veces, nos cuesta decir “humanidad” y preferimos términos como “sociedad” o mencionamos países específicos. Nos cuesta reconocer que pertenecemos a una totalidad mayor, y que cada uno de nosotros tiene un papel que cumplir en este conjunto. Nuestra existencia no es individual, es parte de un todo que nos necesita en armonía.
Vivimos en una era de transición, donde estamos dejando atrás el paradigma de “ver para creer.” Ahora estamos en una época en que se nos invita a “creer para ver”. No necesitamos que algo se materialice primero para que exista en nuestra mente. En este tiempo, la mente tiene el poder de crear realidades, y creer en nuestra visión nos abre puertas hacia nuevas posibilidades. Podemos cambiar nuestra realidad si logramos visualizar el cambio desde nuestra intención, pues como decía Gandhi, “Sé el cambio que quieres ver en el mundo.” Si ese compañero de trabajo nos molesta, si esa situación nos incomoda, a menudo no son más que reflejos de partes de nosotros mismos que aún no hemos mirado con claridad.
Cada uno de nosotros es un ser único en el universo. No hay otro igual a ti. Somos un milagro irrepetible, y cada vida tiene un propósito valioso. Si pensamos en nuestra existencia como una simple gota en un vasto océano, podemos sentirnos insignificantes, pero cuando comprendemos que el océano también necesita cada gota para ser completo, entendemos que nuestro valor es inmenso. Nuestra existencia tiene un propósito, y el universo nos da la libertad de acercarnos a él, o de quedarnos en la superficie.
Para encontrar la verdadera felicidad, el único camino es vivir en la verdad, en todas las facetas de nuestra vida. La verdad debe reflejarse en nuestras relaciones, en nuestra familia, en el trabajo, en cada acción y pensamiento. No somos perfectos, y no se trata de buscar una perfección inalcanzable, sino de ser genuinos, de vivir con autenticidad y coherencia. Este viaje de vida en la verdad es un sendero hacia la paz interior, hacia una felicidad que no depende de lo externo.
A un nivel fundamental, existen solo dos emociones: el amor y el miedo, y cada una sigue una espiral hacia la expansión o hacia la contracción. Cuando ascendemos en la espiral del amor, encontramos alegría, paz, y conexión; cuando descendemos en la espiral del miedo, caemos en la ansiedad, la duda y la separación. El miedo es lo opuesto al amor y, en su esencia, es una negación de la verdad. Si sentimos miedo, es posible que haya algo que estamos evitando enfrentar, una verdad que no queremos ver.
El miedo trae consigo una cadena de consecuencias: ansiedad, sufrimiento emocional y físico, e incluso puede afectar nuestra salud a largo plazo. Pero cuando decidimos enfrentar el miedo con sinceridad, comenzamos a ascender en esa espiral, hacia la tranquilidad, hacia la prosperidad emocional y una paz interior que nada puede comprar. Los seres iluminados que han estado en nuestro mundo vivieron guiados por el amor y la verdad, mostrándonos que podemos vivir transparentes y libres si nos atrevemos a enfrentar nuestros miedos.
Para ser realmente felices, el primer paso es encontrar la coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Cuando logramos esa coherencia, aparece una paz interna que nos permite vivir sin el ruido de la contradicción. Quizás hemos visto a personas que transmiten paz con solo estar presentes, y eso es porque han aprendido a vivir en armonía con ellos mismos. Alcanzar esa paz interior es el camino hacia una felicidad constante, una felicidad que no depende de momentos pasajeros o de condiciones externas.
No es fácil, pero es posible. La paz interior es fruto de ser fieles a lo que sentimos y creemos, de atrevernos a vivir en verdad. Nos damos cuenta de que no necesitamos nada externo para ser felices, porque la verdadera paz y felicidad ya están dentro de nosotros.
Este viaje es un acto de valentía, de aceptar que somos responsables de nuestra propia paz, de enfrentar nuestros miedos y abrazar nuestro propósito. Vivir desde el amor, desde la autenticidad y la verdad, es el mayor regalo que podemos darnos y dar al mundo. Porque cuando cada uno de nosotros se eleva en su propia espiral, contribuimos a elevar la espiral colectiva, y juntos, avanzamos hacia una humanidad más plena, más consciente, y más en paz.